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miércoles, 6 de enero de 2010

Roberto ... Chau ... Hasta Pronto ... ¡!!


Me cuesta mucho… escribir sobre este “Gran Tipo”… Vuelvo en el tiempo… mi infancia, los carnavales… papa. Grandes fumadores… Tenia 4 años cuando lo conocí;… épocas que los clubes se sacaban chispas… por tener los grandes cantantes y grupos musicales del momento… para las festividades saturninas, herencia de la vieja Roma. Los mayores se desinhibían detrás de las mascaras; moviéndose al compás de la música o embelesados mirando a quien cantaba en el escenario. Los mas pequeños lucíamos los mejores disfraces, corríamos… tirando papel picado, serpentinas y tocando pito; llevábamos la mejor parte… andábamos entre bambalinas… recibíamos los besos, de los artistas del momento. No fui una de sus “Nenas”, así llama a sus fans,… con tan poco años, la parte libidinosa, no había desarrollado… veía a un señor que canta y bailaba muy bien. Me gustaba escucharlo… en el tocadiscos. Papa decía…“ya estas escuchando a esos pelilargos”… si era Sandro, pasaba de largo, si no cambiaba el disco…

Él, una persona muy afectuosa, inteligentísimo, de perfil bajo… que supo poner limites. Por eso… “Es Quien Es”… “UN GRANDE”… El niño de barrio, humilde lleno de sueños; que comenzó imitando a “Elvis” y hoy es un Astro. Con sus movimientos pélvicos… horrorizo y…“ratoneo” a much@s… pero con su carisma se gano el corazón de todos.


En este momento esta llegando a su casa de Banfield… para su último adiós… Roberto Sánchez, Sandro o El Gitano… se va de gira... Así que le digo Hasta Pronto…. Silvia Zak

martes, 5 de enero de 2010

Manuel Mujica Láinez "Misteriosa Buenos Aires"


Este relato de ficción, basa muchas de sus descripciones en el cuadro de Pedro Pablo Rubens,

Hace buen rato que el pequeño sordomudo anda con sus trapos y su plumero entre las maderas del órgano: A sus pies, la nave de la iglesia de San Juan Bautista yace en penumbra. La luz del alba -el alba del día de los Reyes- titubea en 1as ventanas y luego, lentamente, amorosamente, comienza a bruñir el oro de los altares.

Cristóbal lustra las vetas del gran facistol y alinea con trabajo 1os libros de coro casi tan voluminosos como él. Detrás está el tapiz, pero Cristóbal prefiere no mirarlo hoy.
De tantas cosas bellas y curiosas como exhibe el templo, ninguna le atrae y seduce como el tapiz de La Adoración de los Reyes; ni siquiera el Nazareno misterioso, ni el San Francisco de Asís de alas de plata, ni el Cristo que el Virrey Ceballos trajo de Colonia del Sacramento y que el Viernes Santo dobla la cabeza, cuando el sacristán tira de un cordel.
El enorme lienzo cubre la ventana que abre sobre la calle de Potosí, y se extiende detrás del órgano al que protege del sol y de la lluvia. Cuando sopla viento y el aire se cuela por los intersticios, muévense las altas figuras que rodean al Niño Dios.
Cristóbal las ha visto moverse en el claroscuro verdoso. Y hoy no osa mirarlas.
Pronto hará tres años que el tapiz ocupa ese lugar. Lo colgaron allí, entre el arrobado aspaviento de las capuchinas, cuando lo obsequió don Pedro Pablo Vidal, el canónigo, quien lo adquirió en pública almoneda por dieciséis onzas peluconas. Tiene el paño una historia romántica. Se sabe que uno de los corsarios argentinos que hostigaban a las embarcaciones españolas en aguas de Cádiz, lo tomó como presa bélica con el cargamento de una goleta adversaria. El señor Fernando VII enviaba el tapiz, tejido según un cartón de Rubens, a su gobernador de Filipinas, testimoniándole el real aprecio. Quiso el destino singular que en vez de adornar el palacio de Manila viniera a Buenos Aires, al templo de las monjas de Santa Clara.
El sordomudo, que es apenas un adolescente, se inclina en el barandal. Allá abajo, en el altar mayor, afánanse los monaguillos encendiendo las velas. Hay mucho viento en la calle. Es el viento quemante del verano, el de la abrasada llanura. Se revuelve en el ángulo de Potosí y Las Piedras y enloquece las manti1las de les devotas. Mañana no descansarán los aguateros, y las lavanderas descubrirán espejismos de incendio en el río cruel. Cristóbal no puede oír el rezongo de las ráfagas a lo largo de la nave, pero siente su tibieza en la cara y en las manos, como el aliento de un animal. No quiere darse vuelta porque el tapiz se estará moviendo y alrededor del Niño se agitarán los turbantes y las plumas de los séquitos orientales.
Ya empezó la primera misa El capellán abre los brazos. y relampaguea la casulla hecha con el traje de una Virreina. Asciende hacia las bóvedas la fragancia del incienso.
Cristóbal entrecierra los ojos. Ora sin despegar los labios. Pero a poco se yergue, porque él, que nada oye, acaba de oír un rumor a sus espaldas. Sí, un rumor, un rumor levísimo, algo que podría compararse con una ondulación ligera producida en el agua de un pozo profundo, inmóvil hace años. El sordomudo está de pie y tiembla. Aguza sus sentidos torpes, desesperadamente, para captar ese balbucir.
Y abajo el sacerdote se doblega sobre el Evangelio, en el esplendor de la seda y de los hilos dorados, y lee el relato de la Epifanía.
Son unas voces, unos cuchicheos,.desatados a sus espaldas. Cristóbal ni oye ni habla desde que la enfermedad le dejó así, aislado, cinco años ha. Le parece que una brisa trémula se le ha entrado por la boca y por el caracol del oído y va despertando viejas imágenes dormidas en su interior.
Se ha aferrado a los balaústres, el plumero en la diestra. A infinita distancia, el oficiante refiere la sorpresa de Herodes ante la llegada de los magos que guiaba 1a estrella divina.
- Et apertis thesaurus suis -canturrea el capellán- obtulerunt ei munera, aurum, thus et myrrham.
Una presión física más fuerte que su resistencia obliga al muchacho a girar sobre los talones y a enfrentarse con el gran tapiz.
Entonces en el paño se alza el Rey mago que besaba los pies del Salvador y se hace a un lado, arrastrando el oleaje del manto de armiño. Le suceden en la adoración los otros Príncipes, el del bello manto rojo que sostiene un paje caudatario, el Rey negro ataviado de azul. Oscilan las picas y las partesanas. Hiere la luz a los yelmos mitológicos entre el armonioso caracolear de los caballos marciales. Poco a poco el séquito se distribuye detrás de la Virgen María, allí donde la mula, el buey y el perro se acurrucan en medio de los arneses y las cestas de mimbre. Y Cristóbal está de hinojos escuchando esas voces delgadas que son como subterránea música.
Delante del Niño a quien los brazos maternos presentan, hay ahora un ancho espacio desnudo. Pero otras figuras avanzan por la izquierda, desde el horizonte donde se arremolina el polvo de 1as caravanas y cuando se aproximan se ve que son hombres del pueblo, sencillos, y que visten a usanza remota. Alguno trae una aguja en la mano; otro, un pequeño telar; éste lanas y sedas multicolores; aquél desenrosca un dibujo en el cual está el mismo paño de Bruselas diseñado prolijamente bajo una red de cuadriculadas divisiones. Caen de rodillas y brindan su trabajo de artesanos al Niño Jesús. Y luego se ubican entre la comitiva de los magos, mezcladas las ropas dispares, confundidas las armas con los instrumentos de las manufacturas flamencas.
Una vez más queda desierto el espacio frente a la Santa Familia.
En el altar, el sacerdote reza el segundo Evangelio.
Y cuando Cristóbal supone que ya nada puede acontecer, que está colmado su estupor, un personaje aparece delante del establo. Es un hombre muy hermoso, muy viril, de barba rubia. Lleva un magnífico traje negro, sobre el cual fulguran el blancor del cuello de encajes y el metal de la espada. Se quita el sombrero de alas majestuosas, hace una reverencia y de hinojos adora a Dios. Cabrillea el terciopelo, evocador de festines, de vasos de cristal, de orfebrerías, de terrazas de mármol rosado. Junto a la mirra y los cofres, Rubens deja un pincel.
Las voces apagadas, indecisas, crecen en coro. Cristóbal se esfuerza por comprenderlas, mientras todo ese mundo milagroso vibra y espejea en tomo del Niño.
Entonces la Madre se vuelve hacia el azorado mozuelo y hace un imperceptible ademán, como invitándolo a sumarse a quienes rinden culto al que nació en Belén.
Cristóbal escala con mil penurias el labrado facistol, pues el Niño está muy alto. Palpa, entre sus dedos, los dedos aristocráticos del gran señor que fue el último en llegar y que le ayuda a izarse para que pose los labios en 1os pies de Jesús. Como no tiene otra ofrenda, vacila y coloca su plumerillo al lado del pincel y de los tesoros.
Y cuando, de un salto peligroso, el sordomudo desciende a su apostadero de barandal, los murmullos cesan, como si el mundo hubiera muerto súbitamente. El tapiz del corsario ha recobrado su primitiva traza. Apenas ondulan sus pliegues acuáticos cuando el aire lo sacude con tenue estremecimiento.
Cristóbal recoge el plumero y los trapos. Se acaricia las yemas y la boca. Quisiera contar lo que ha visto y oído, pero no le obedece la lengua. Ha regresado a su amurallada soledad donde el asombro se levanta como una lámpara deslumbrante que transforma todo, para siempre.Manuel Mujica Láinez

FELIZ NOCHE DE REYES ... ¡!!
Besitos. Silvi.

lunes, 4 de enero de 2010

Significativo ...¡!!



El diez sugiere el fin de un ciclo y el comienzo de otro. Es el número base del sistema decimal. Por eso las crisis de los 30, los 40 y los 50. A nadie se le ocurriría plantear la crisis de los 37 años o de los 44.
Diez es el primer número que reúne dos dígitos: el que refleja la unidad y el que representa la nada.
Es la nota máxima posible en los exámenes.
Es la puntuación más alta en competencias olímpicas.
El diezmo era el tributo que se pagaba a la iglesia o al rey.
En las barajas, del uno al diez llevan número y se grafican con la respectiva cantidad de elementos correspondientes a cada palo. Después del diez vienen las figuras.
Según el tarot, el diez simboliza la rueda de la fortuna y por lo tanto, la evolución.
Contábamos hasta diez para jugar a las escondidas, nos cantaron hasta hartarnos la canción infantil ?Eran diez indiecitos?, y leímos obligadamente ?Rosaura a las diez?.
Todos los relojes en los avisos publicitarios marcan las diez y diez
Jesús limpió diez leprosos.
Egipto soportó diez plagas.
Los mandamientos son diez y generalmente las normas se compilan en decálogos.
Y para colmo, en este año decimal celebramos “La Revolución de Mayo” en su bicentenario.
El año termina para nosotros en este mes, si bien es el duodécimo, lleva el nombre de diez, “por eso diciembre”. Para los romanos el año se iniciaba en marzo. Precisamente entre los romanos, el cinco es la V porque es el esquema gráfico de una sola mano, y el diez es la equis, que junta dos? ve ? por su vértice y representa las dos manos. Es por eso que diez en números romanos se escribe con una X.
Y ya que la X en matemática es siempre la incógnita a despejar, no tengamos dudas de que el año que empieza nos va a ser inmensamente favorable. Individualmente y en conjunto. Y vamos a gambetear todas las adversidades a la manera de Maradona o Messi, los mejores diez del mundo.

Démosle al año que empieza la mejor bienvenida, al modo del pueblo Mapuche, cuyo saludo es ?
Marí, Marí?
Marí es el número diez.
Dos mil diez … tiene diez letras.
Feliz 2 0 1 0 …. Para todos.

VIDEO

El video es un regalo para todos uds.
El que guste se lo puede llevar ... mas
arriba esta el enlace con Youtube.
Que tambien tiene autorizacion para
hacerlo conocer al mundo. Gracias a
todos. Silvi.

La tierra

Niño indio, si estás cansado, tú te acuestas sobre la Tierra, y lo mismo si estás alegre, hijo mío, juega con ella... Se oyen cosas maravillosas al tambor indio de la Tierra: se oye el fuego que sube y baja buscando el cielo, y no sosiega. Rueda y rueda, se oyen los ríos en cascadas que no se cuentan. Se oyen mugir los animales; se oye el hacha comer la selva. Se oyen sonar telares indios. Se oyen trillas, se oyen fiestas. Donde el indio lo está llamando, el tambor indio le contesta, y tañe cerca y tañe lejos, como el que huye y que regresa... Todo lo toma, todo lo carga el lomo santo de la Tierra: lo que camina, lo que duerme, lo que retoza y lo que pena; y lleva vivos y lleva muertos el tambor indio de la Tierra. Cuando muera, no llores, hijo: pecho a pecho ponte con ella, y si sujetas los alientos como que todo o nada fueras, tú escucharás subir su brazo que me tenía y que me entrega, y la madre que estaba rota tú la verás volver entera. Gabriela Mistral

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